domingo, 29 de marzo de 2015

¿Cómo fue que empezamos a leer?




En algún punto de la historia las comunidades sociales encontraron imprescindible la necesidad de preservar en un soporte, los conocimientos  y descubrimientos importantes, pues todo ello hacía parte de su patrimonio inmaterial, sus costumbres y su cultura.
Por lo anterior, la lectura se convirtió en un proceso de la recuperación y aprehensión de algún tipo de información o ideas almacenadas en un soporte y transmitidas mediante algún tipo de código, usualmente un lenguaje que puede ser visual o táctil.

En este orden de ideas, la lectura no es solamente una operación intelectual abstracta: es una puesta a prueba del cuerpo, la inscripción en el espacio, la relación consigo mismo o con los demás. Por ejemplo, la lectura en voz alta, en su doble función de comunicar lo escrito a quienes no lo saben descifrar, pero asimismo de fomentar ciertas formas de sociabilidad que son otras tantas figuras de lo privado, la intimidad familiar, la convivencia mundana, la connivencia entre cultos.

Una historia de la lectura no tiene que limitarse únicamente a la genealogía de nuestra manera contemporánea de leer, en silencio y con los ojos. Implica igualmente, y quizá sobre todo, la tarea de recobrar los gestos olvidados, los hábitos desaparecidos. El reto es considerable, ya que revela no sólo la distante rareza de prácticas antiguamente comunes, sino también el estatuto primero y específico de textos que fueron compuestos para lecturas que ya no son las de sus lectores de hoy.

Los ejercicios iniciales de lectura tenían base en primer lugar el conocimiento de las letras, después de sus asociaciones silábicas y de palabras completas; el ejercicio continuaba con una lectura realizada lentamente durante largo tiempo, hasta que no se llegaba poco a poco a una emendata velocitas, es decir, un considerable grado de rapidez sin incurrir en errores.

Otra novedad fue el cambio de actitud hacia el propio acto de leer. En la Antigüedad se insistía en la expresión oral del texto –lectura en voz alta articulando correctamente el sentido y los ritmos–, lo cual reflejaba el ideal del orador predominante en la cultura antigua. La lectura en silencio tenía por objeto estudiar el 2 texto de antemano a fin de comprenderlo adecuadamente.

En el mundo clásico, en la Edad Media, y hasta los siglos XVI y XVII, la lectura implícita, pero efectiva, de numerosos textos es una oralización, y sus «lectores» son los oyentes de una voz lectora. Al estar esa lectura dirigida al oído tanto como a la vista, el texto juega con formas y fórmulas aptas para someter lo escrito a las exigencias propias del «lucimiento» oral.

Es así como entendemos que leer uno o varios textos, en voz alta o en silencio, rápidamente o descifrándolos con dificultad, en un manuscrito o en un ordenador, equivale, cada vez, a recrear el sentido de lo escrito en función de nuestras propias competencias y expectativas. Estas formas se adaptan al contexto socio-histórico en el que nos encontramos, cada quien buscará efectuar un ejercicio de la lectura de acuerdo a unas intenciones particulares; finalmente, lo importante aquí es destacar, que casi por naturaleza así como el hombre es un ser social, también es un ser lector.


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